De un tiempo a esta parte, estoy cayendo (si no he caído ya) en la más absoluta de las apatías (de ahí, supongo, el comentario de Exseminarista de si he vuelto para quedarme). Ha sido una concatenación de emociones negativas. En septiembre, me hundí en un pozo de miseria (por razones que no vienen a cuento), camino a las navidades me rendí a la melancolía (la dicha de estar triste, según algún iluminado con quien me gustaría tener unas cuantas palabrillas, porque lo suyo refleja una falta de luces patológica) y de año nuevo a esta parte en una nube de fatalismo y mal rollo que ha conseguido que las chicas de la oficina huyan de mí apenas verme aparecer pasillo abajo, algo que todos mis flirteos con el horror, los zombis y los hombres lobo no habían conseguido.
Curiosamente, parece que tienen razón con aquello de que, si tu vida privada es una mierda, la profesional relucirá cual oropel. En septiembre, gané el premio a la Mención Honorífica (u Honorable, fue en Japón) por mi presentación en cierto congreso (que la noche anterior estuviera presa de ataques de llanto y me estuviera planteando ir a Tokyo para encontrar un rascacielos en condiciones del cual tirarme no contribuyó a la alegría). Mis resultados sobre evolución cerebral parecen prometedores (aunque depende del día) y la jefa quiere que presente mi candidatura a Nature (madredelamorhermoso), por lo que desde diciembre estoy metida en la redacción de un scientifical letter (cuatro páginas de extensión para resumir los análisis de tres años, nunca he estado más cerca de volver a rezar para pedir un milagro). Mi meta inmediata es presentar la tesis en verano. Después, buscar una fecha y lugar apropiados para mi suicido ritual. Porque ¿vida después del doctorado? ¿La hay? Mierda, nunca he pensado qué vendría después de esto. Cierto es que me han ofrecido un puesto postdoctoral que está pendiente de financiación, pero mi destino (poniéndonos deterministas) se me presenta más opaco y oscuro (e improbable) que las supuestas ruinas hundidas de Atlantis y nadie me saca de ésas.
Pero, en fin, la cuestión es que ganas de escribir hay pocas. Algunas de dibujar sí que ha habido, por suerte. Lo único que me ha motivado el lado artístico han sido los regalos de cumpleaños, tarjetas de boda y recuerdos de final de tesis que parece que ya por tradición tienen que salir de mis manos. El fin de semana pasado, me monté mis propias bolas de malabarista con globos y arroz y desde entonces voy practicando mientras miro la televisión por las noches (lejos de la pantalla, eso sí, que es plana y me jodería cargármela). Encima he empezado a diseñar tatuajes (conocí hace poco a una chica que es tatuadora y me ha hecho un par de encargos). Y junto con otro artista camuflado del departamento hemos decidido montar un “Drink & Draw” mensual, que, como el nombre indica, consiste en empinar un par de cervecitas y dejar que la improvisación (que no la birra derramada) corra por el papel. Veremos si hay gente que se una a la partida.
En todo caso, la mayor parte del tiempo me puede la amargura. Amargura por no escribir más en el blog (aunque, teniendo en cuenta el tamaño muestral de lectores, pa qué…). Amargura por no haber podido encontrar fuerzas para tirar el proyecto de “Dissector’s Diary” adelante. Amargura por no encontrar inspiración para mis propios dibujos (de un tiempo a esta parte, sólo hago encargos). Y amargura por no tirar adelante con mi novela zombi, que intento avanzar (pende por ahí, cual espada de Damocles, la promesa de acabarla antes de la noche de San Juan), pero que a ratos estoy a punto de lanzar por la borda (o por la ventana en dirección a la charca con tritones de mi jardín comunitario, en mi caso) porque, seamos sinceros, en el género zombi poco hay que innovar y yo no soy tampoco Saramago (bendito Caín). De ahí que, aunque me encantan las novelas que Edu me envía de tanto en cuanto (mil gracias, mon frare, por alimentar mi adicción necrofílica), cada vez que leo una me saca de quicio y me mata las ganas porque encuentro reflejos de mis propios argumentos por doquier hasta el punto de que a ratos me entra la paranoia de que hay alguien que me espía cual Gran Hermano.
En todo caso, viendo que el trabajo va encarrilado (o al menos da esa impresión, ya se sabe cómo es el trabajo, ladino ser que cuando te despistas te desbarata), veré si publico más a menudo (fuera del mundillo científico) y de forma menos ñoña que las últimas entradas. Quizâs incluso un dîa de estos ponga el primer capîtulo de la historia zombi de marras. Gracias a algunos de vosotros por darme un tirón de orejas que me demuestra que al menos alguien en el inmenso vacío del mundo cibernético (eco… … eco… … eco… …) me hace puto caso. Intentaré no decepcionaros.
Bueno, hasta aquí la sesión de terapia. Esto es lo que pasa cuando me quedo sin películas de terror y sin novelas de Charlaine Harris. Que alguien me envíe más libros, por piedad.
3 comentarios:
El dibujo de marras fue mi participación en un concurso de dibujo zombi que no gané. Ya lo veis: la alegría de la huerta.
Vaya, no tenía ni idea; me toca leerte los viernes y llevaba fuera de la Isla (después) y sin ordenador (primero) como 3 semanas o más. Poco puedo decir, más que entiendo la sensación perfectamente (por motivos dissimilares, bonito palabro, también la he tenido durante demasiado tiempo) y que si en mi mano está ayudar en algo, que la verdad no creo (minusvalorarse, en eso soy un experto, jeje), pues ya sabes por donde ando.
Eso sí, y un abrazo virtual fuerte o dos si son chicos. Salud y un beso.
Gracias por el ofrecimiento! Lo malo es que me pasa como a ti, que en lo de minusvalorarme me quedo sola y son demasiados anyos dândome al vicio como para pillar de pronto el tren positivo. En todo caso, mientras alguien me conteste desde el vacîo, aûn albergarê esperanza. Y si me contesta con la musiquilla de "Amor de Alga" muchîsimo mejor!!! XD
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