(Nota tras el primer día de congreso: para aguantar el aire condicionado a lo bestia de las salas de presentación, estos tíos no tienen término medio).
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Tentempié en el aeropuerto de Zurich, quince francos. Té rojo en Dubai, dos dólares americanos. Comida del avión en Emirate Airlines, incluido en el pasaje (high quality, eso sí). Que en el control de frontera en el aeropuerto de Osaka se crean que eres el vástago de tu director de tesis y su señora, no tiene precio.
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El omen de los cementerios me persigue: siguiendo a Jan, dueña y ama absoluta de los mapas de Kyoto, con Claude, por una ruta indirecta en dirección a la base del congreso, nos cruzamos, por este orden, con una tienda de amuletos de jade (de los que se usan para adornar tumbas), una tienda de piedras conmemorativas de granito y una floristería. Una, que es en cierta manera una maestra autodidacta en esto de la serendipia, siente un ramalazo de inspiración y se ve obligada a preguntar lo siguiente:
A: Is it there a graveyard in the map? (Porque Jan es holandesa y Claude heidiana e inglés es la lengua consenso).
J: Absolutely not!
A (rumiando para sí que aquí hay algo que no cuadra): …
Al cabo de un rato, en efecto, acabamos llegando a la cima de la colina, llena de tumbas hasta donde se pierde la vista.
J (poniendo cara de circunstancias y sin poder reprimir el tonillo que evidencia que está extraordinariamente sorprendida, no queda claro de qué: de si por una vez yo tenga razón o de si hay algo en el mapa que no acaba de encajar): Oh, ANuRa was right!
ANuRa, por lo pronto, pone los ojos en blanco mientras pide paciencia a una divinidad en la que no cree. Al final resulta que Jan se había equivocado de calle y AnuRa, definitivamente, tenía razón.
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Caminando por la misma calle, Claude, mirando con ojo crítico el entramado de cables entre los edificios, comenta que no acaba de comprender por qué los japoneses no han adoptado el mismo sistema que los suizos y ponen los cables del teléfono y la luz bajo tierra. Yo, en otro ataque serendípico, respondo:
A: Because they are more difficult to repair when there is an earthquake. (Y este país es movidito, como todo el mundo sabe, ehem...)
Ambas, Jan y Claude, abren la boca intentando rebatir mi argumento. Tras tres segundos la vuelven a cerrar. Impresionante el rotundo impacto de una reflexión aleatoria. Lo gracioso es que puede que incluso tenga razón.
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Casi me da un ataque cuando Jan comenta que no entiende cómo hay tantos europeos en Kyoto, porque tampoco hay tanto que ver y que ella nunca había oído hablar de esta ciudad antes del congreso. Pongo de nuevo los ojos en blanco, pidiendo de nuevo paciencia al mismo fantasma que en el caso anterior, mientras intento doblegar las irresistible ganas de zarandearla y volverla al revés.
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Jo, menuda fama tengo desde que dije que me gustaban los haggis.
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Durante la presentación de la primera “plenary session”, el director organizador del congreso hace una pregunta retórica:
D: What does it mean to be born a mammal?
A lo cual yo respondo, en el oído de mi compañera de asiento:
A: It means to be a sucker.
A mi compañera, para mi asombro, le entra la risa floja. Acabo de convertirme en la autora oficial del chiste estrella del congreso.
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Cuando nos sentamos en la mesa del restaurante universitario descubrimos (yo, consternada, el resto, no sé, Jan estaba encantada, la muy zorra) que en el menú sólo hay platos italianos. Hay que joderse, ¿para eso he venido a este país? Mañana me compro una cajita de ésas de comida preparada (sí, ésa que siempre llevan las chicas de instituto para comer a mediodía) y mando a los sosos de mis colegas a tomar por donde la espalda pierde su buen nombre, aún a costa de las consecuencias en mi vida social durante el transcurso de este congreso.
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Nota sobre los uniformes colegiales: los hay. Son tan perfectos que parecen que las niñas van disfrazadas. El domingo incluso pudimos observar una procesión de estudiantes saliendo de un concurso de tiro al arco (con el traje acorde). Lamento tener que decirlo, pero aún no he visto ninguna gankuro (no te preocupes, sistero, seguiré insistiendo, pero creo que tendría más posibilidades en Tokio...).
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No he encontrado aún ninguna tienda de merchadising aparte de una que vendía ítems de Hello Kitty, la autora de mis días que me trajo...
Lo más cercano al manga que fuera vendible han sido los pastelitos que le molaban a Doraemon...
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Advertencia: esta anécdota contiene elementos escatológicos.
Pese a la reticencia de mis compañeras sobre comer quién sabe qué cosas, no he tenido ningún episodio diarréico. Es más, desde que abandonara mi residencia habitual, el pasado viernes, no había tenido ninguna cita para discutir asuntos de importancia mayor con el señor Roca (o su equivalente nipón, a saber, denominado Toto, el perrito de Dorothy), lo cual no dejaba de ser preocupante, porque la comunicación con el señor Roca siempre ha sido muy fluida (es un tipo muy atento y educado que te hace sentir cómoda). Parcialmente atribuyo, paradójicamente, la frialdad en nuestras recientes relaciones al calentador que todos los tronos tienen en este país (a mí me da muy mal rollo sentarme y comprobar que el asiento está tibio; a los nipones, al parecer, les perturba que esté muy frío, no se vayan a resfriar).
Por suerte, las circunstancias actuaron en mi favor: había olvidado el efecto laxativo del café correoso de los congresos. Dos tazas y el señor Roca y yo volvemos a ser los mejores amigos del mundo.
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Decidimos quedar con los doctorantes de genética para ir a cenar a Shinjo Station. Ellos van en metro. Nosotras – la jefa y yo, Claude y Jan han desaparecido alevosamente – vamos en bus. Nos aunamos en que nos encontraremos en la salida número uno. Llegamos a la estación y buscamos la salida número uno, sólo encontramos la cuatro y la cinco, pero como dijimos que sería al lado del río nos quedamos allí. Tras veinte minutos nos cansamos de esperar y damos una ronda a ver si encontramos a los chicos. Tropezamos con la salida ocho y siete. La jefa y yo nos miramos y, extrayendo la bisectriz del ángulo de la hipotenusa de la distancia pitagórica, establecemos una hipótesis sobre dónde debe quedar la salida uno. Bingo, topamos con los chicos a la primera. La conclusión de la noche: qué bueno que no somos de letras.
Para los que se pregunten por qué no nos llamamos al móvil: al parecer yo no soy la única que ha sido abandonada por su línea telefónica.
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Durante la espera, pongo a mi jefa en antecedentes sobre lo friki que soy: le identifico la nacionalidad de todos los cómics que me cita, le recomiendo la lectura de varios cómics de contenido histórico, le informo sobre la influencia de la cultura occidental en Japón durante los últimos ciento cincuenta años y le enumero las causas mayoritarias de suicido en territorio nipón. Más tarde, de camino a casa, veo a un hombre de mediana edad trajeado de manera decente (Armani) leyendo un manga en la estación de bus y le comento que me encantaría vivir un país en el que se puede leer cómics en la calle y no ser tachado de rarito (no hace falta que diga qué reacciones despierta el mismo cuadro en territorio patrio). El problema que ahora tengo: la jefa se ha entusiasmado y dice que un post-doc (para los no académicos, proyecto inmediatamente posterior al doctorado) en Japón sería lo ideal para mí, que conoce a varios institutos que estarían interesados en una diseccionadora, que tengo que empezar a aprender japonés (no hace falta que me lo diga) y mudarme pacá. Amén a todo ello.
Y pensar que estaba acojonada ante la perspectiva de que descubriera en qué pierdo el tiempo libre. Mierda de psicosis.
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Para cenar, tempura en un restaurante casero perdido entre las callejuelas tras la calle turista por autonomasia. Es muy casolà y la mar de barato. Pido sake y la dueña del restaurante me trae agua. Cuando reitero que yo lo que quiero es alcohol en cantidad, me mira raro. Nati, la doctorante de genética, me revela la razón: la mujer se creía que yo era menor de edad...
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Comemos con la tele puesta, “Kyoto News”. Nos quedamos a cuadros al ver que las noticias se animan con dibujitos para hacerlas más comprensibles. En el pronóstico del tiempo, las A rojas y las B azules a las que estamos acostumbrados están sustituidos por la caricatura de un samurai armado de fuego y una diosa de placidez vestida de perla. Qué moooooonoooooo.
La sección de deportes es refrescante: ¡fuera fútbol! ¡Viva el sumo! El temblequeo de la carne de los luchadores produce una inquietante desazón. Mi comentario: “Bueno, cuando caen, al menos lo hacen sobre blando...” Uuuuuuuu...
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En este país no deben haber diabéticos: los refrescos son sin azúcar y, aunque no he probado aún la coca-cola autóctona, pondría la mano en el fuego que le han quitado gran parte de la sacarosa. El té frío que llevo comprando desde que llegué es amargo hasta decir basta. Pero mola.
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Sorpresa cuando llego a nuestra habitación: Jan y Claude han comprado un manga hentai (para los no entendidos, porno). Creo que para ver si el chico de la caja ponía cara de pócker (ya se sabe: dos chicas, occidentales, con comportamiento equívoco – no habéis visto a Jan cuando se pone en plan “quiero novia ya”, y últimamente lo lleva en ralentí - comprando algo que sólo tiene salida entre el público masculino), pero habían olvidado que esta peña la cara de pócker la traen hecha de fábrica. Hojeo el manga antes de irme a la cama, pero lo dejo porque es muy difícil reprimir las risitas flojas que me provoca la representación anatómica de los personajes (esos grados de curvatura cervical, desproporciones mamarias y labios superdesarrolados, los dos pares), y las chicas hace rato que se han metido bajo las sábanas para dormir (y que salga a la sala de estar para leer hentai cuando hay una tropa de chicos ocupando casi todos los sofás podría provocar ciertos malentendidos). Volvemos a la vieja pregunta de siempre: ¿por qué encuentra cierta gente el tema tan apasionante cuando no es más que más de lo mismo? El aquí te pillo aquí te mato de los argumentos es para poner los ojos en blanco.
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Los intentos de los chicos occidentales del hostal (y de parte del componente masculino del congreso que se hospedan en el mismo rincón) para ligar son penosos. Asaltan a las chicas que van solas y a las camareras del bar como hienas y se les ven las intenciones tan de lejos que dan risa (sobretodo su tonillo insinuante-tentador que intenta pasar por atractivo, pero que es más propio de un cuarentón patético-solitario, de ésos con colonia pachulí, entradas de campeonato y coleta, que de alguien en la veintena-treintena). Dada la falta de insonoridad en las habitaciones, ayer estuvimos escuchando cómo cierto individuo (investigador de renombre, dicen, a mí no me suena de nada) intentaba convencer a cierta chica de que le dejara pasar a su habitación. Por desgracia para él, ésta era más avispada que su presa habitual y no se dejó cegar por su brillo académico. Por suerte para nosotras, tras un cuarto de hora el tipo desistió y pudimos por fin concentrarnos: las nenas, en dormir, y yo, en el manga. De haber tenido éxito, habríamos tenido sesión de gemidos por diferido (¿he dicho que la insonoridad deja mucho que desear?).
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Como los que me lean desde hace algún tiempo bien saben, hace unos meses me apunté al carro del Boobquake y acudí a mi departamento vestida con un corsett y una faldita de cuero. Se me pasó contar (o, mejor dicho, lo obvié a propósito) que ese día tuvimos a un investigador invitado en una presentación en el instituto. Nos habían presentado momentos antes (el jefe del instituto ya me había piropeado anteriormente), pero, al empezar la presentación, por si acaso, me senté lejos, en la última fila, para no llamar la atención (una es así de discreta). Durante la introducción de su presentación, nuestro invitado se transpapeló, tubo un entrabamiento de lengua y cuando quería decir algo así como “there is a bit of...” le salió un “this is a bitch of... (oh,shit)”. Risa colectiva, mientras los chicos de la fila inmediatamente anterior a la mía se giraban y me dirigían una amplia sonrisa (claramente maléfica) a la que contesté sacando la lengua (sosos...). Pues bien, Pirm, estudiante de máster de nuestro departamento, al parecer ha topado con el mismo investigador en el congreso y le ha recordado (el muy alevoso) el capítulo. Cuenta que él se puso rojo y declaró haber sido una víctima más del Boobquake. Jen, Jen, no sabes el mal que has causado al mundo académico...
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Comentario de un ponente al final de su presentación:
P: “As you can see, the results are clear... and sad.”
Nunca creí que alguien pudiera decir eso en el transcurso de un congreso sin ser tachado de poco serio. Al parecer, incluso los primatólogos son humanos. O los estudios de primates tienden a ser terriblemente desmoralizantes, que aprovechan los congresos para hacer terapia de grupo.
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Ayer por la mañana, Claude ve por primera vez mi mini-ordenador y me pregunta si es éste es el nuevo. Como respuesta le enseño la coraza, cubierta de las pegatinas del Edinburgh Dungeon, las de los cráneos y esqueletos. C (poniendo los ojos en blanco): Ok, it was a stupid question. It has to be YOUR computer.
A (con una sonrisa jacktheripperiana de oreja a oreja): Did you ever doubt about it?
Como véis, la campaña para que me conozcan bien va viento en popa (a toda vela, no corta el mar sino vuela un velero bergantín...). Y no ha visto la caricatura de Patricio junto al touchpad...
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Para entrar en la Ciudad Imperial, hace falta hacer reserva y entrar con un rebaño de turistas (nunca en solitario). Como nos negamos en rotundo a que nos priven de nuestra individualidad, mandamos el plan de visitarla a la porra. A mí, como me estoy poniendo las botas haciendo turismo gastronómico, plím.
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Y, de postres, la anécdota morbosa a raíz de una presentación sobre la masturbación en primates.
Masturbarse es una estrategia evolutiva. Algunas especies de primates se masturban porque así se renueva el contenido seminal y se mejora la capacidad reproductora del individuo. Ya se sabe, una vez los viejos están fuera, los espermatozoides nuevos están en mejor forma física, son más peleones, tienen más ganas de óvulo. ¿No respalda este punto los resultados de estudios anteriores algo parecido sobre los varones de esta especie nuestra? Que alguien se lo diga a los estandartes de las iglesias que están en contra de las prácticas onanistas: ganaréis unos cuantos ciegos, pero tendréis más feligreses. El resto nos seguiremos reproduciendo igual (o menos, porque somos considerados con el medio ambiente y toleramos los métodos de contraconcepción para controlar el desproporcionado crecimiento de la población humana).
3 comentarios:
Jo, qué suerte. ¡Pásalo muy bien!
Oh my God.
Quiero que sepas que he tardado en leer el reportaje pero que ha sido de lo más didáctico, y te alegrará saber que hasta he pillado la gracia circunstancial de muchas de las situaciones que has retratado xD y qué coño, hasta de los chistes!!! la gracia que me ha hecho el de los mamíferos/suckers xDDDD
Y de verdad, si algún día te quedas sin bichos que disecar, o alguien promulga alguna aberrante ley que deja a los científicos sin poder hacerlo...dedícate a escribir dramedy, porque sinceramente has nacido para ello. Con ese cinismo *te hago la ola* llegarás lejos.
Espero que estés más animada hoy by the way ;)
Y hey, entiendo que hicieras lo que hiciste al ver que el menú nipón era más bien occidentalizado ¬¬' no tiene demasiado sentido xD
Un besote muy fuerte!
Gracias por preguntar, soul cousin. El ânimo continûa bajo mînimos, asî que creo que dejarê el "second chapter" del anecdotario para mâs adelante. Por cierto, no recuerdo si ayer por telêfono te dije que ganê el premio a la menciôn de honor (creo que sî, pero la falta de suenyo, de serotonina y de azûcar me estân privando de la memoria a corto plazo). ANuRa rules in the academic world!
Mierda... justo ahora que ya me estaba haciendo a la idea de convertirme en mangaka...
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