viernes, 25 de marzo de 2011

Los límites de lo absurdo... ¿existen?

Mi casera (entiéndase aquí como la mujer que me alquila el piso) es homeópata. Bueno, en teoría, en el cartel de su consulta (que ocupa la planta baja del edificio) pone fisioterapeuta, pero trabaja con agujas, con piedras recalentadas y enseña raras formas de yoga que pueden hacer que la hepatitis desaparezca por arte de birlibirloque. Es también una persona que presta muchísima atención a mis dolencias (especialmente los días que pongo peor cara de lo normal), y que siempre está recomendándome que me haga un análisis de raíces capilares para ver cómo tengo los niveles de zinc o dándome complementos vitamínicos. Una que es consciente que no todo el mundo comulga con mi totalitarismo científico suele en el caso de esta mujer meterse su opinión sobre la homeopatía dónde le cabe (cobarde actitud, cierto, pero me sirve para vivir con una relativa tranquilidad dialéctica y me asegura que no habrán súbitas subidas de alquiler).


Esta mañana, a razón de que esta jodida abstemia primaveral me trae frita (no pillo el sueño hasta las dos de la madrugada, con o sin grageas), se me pegaron las sábanas, por lo que estuve disfuncional hasta las nueve. Por una de ésas, coincidí con la casera en las escaleras, donde tuvo lugar la siguiente y fascinante conversación.

-¿Todavía estás aquí, ANuRa? Te veo muy mala cara.

-Sí, desde que empezó el calor (relativo, diez grados aquí ya es verano, ehem) que no duermo bien. Me paso la noche dando vueltas en la cama hasta las dos.

-¿A qué crees que se debe?

-¿A que es primavera?

Respuesta lógica, a mi entender, por lo que la réplica de la mujer, con cara completamente seria, me pilló completamente desprevenida.

-¿Se te ha ocurrido pensar que podría deberse a la nube radioactiva?

La pregunta me desveló de golpe, ahorrándome el café, pero aún me duele la entrepierna de mi sentido común y me estoy planteando si debería mudarme.

No hay comentarios: