lunes, 29 de abril de 2013

Reencuentros...


Estas navidades, haciendo limpieza en los cajones del armario de mi antiguo dormitorio del pueblo, di con EL.
ANuRa (en éxtasis): “Pero… pero… ¡pero si yo creía que lo habíamos dado! ¡Y aún esta aquí! ¡Todos estos años, HA ESTADO AQUÍ!”
Autora (poniendo los ojos en blanco desde la entrada del cuarto): “Sí, hija, sí…”
ANuRa (llorando de emoción, abrazándolo contra mi pecho): “Oh, cariño, ¡no sabes lo mucho que te he echado de menos!!!! Snifff…”
Me había vuelto a reencontrar con mi Jersey Abominable.

Hace muchos años, aunque cierto es que los Autores no estaban necesitados, en algunos aspectos de nuestra vida parecíamos pobres. Habiendo crecido en los ochenta y noventa, estábamos aun en esa zona histórica en la que la ropa heredada aún era de buen tono. Hermanos heredaban ropa de hermanos mayores. Primos heredaban ropa de primos mayores. Y, como en nuestro caso, no teníamos familia a tiro excepto en verano, tres cuartas parte de la ropa puesta era de hijos de vecinos o, peor aún, dados por madres con críos en el mismo colegio al que íbamos*.

No quiero exagerar: en mi adolescencia cuatro quintas partes de mi guardarropía era de segunda mano y a ratos me toco heredar ropa de compañeras de clase de mayor constitución, por lo que no era siquiera posible disimularlo. Hubo una época en la que recuerdo que solo estrenaba zapatos. Si a esto añadimos que en casi el setenta por cierto de los casos qué era reciclable era dictaminado por la Autora, cuyos principios eran que a) si había siquiera indicio de la hendidura del culo el pantalón era pequeño, b) la mejor ropa de abrigo era aquella que costaba pasar la cabeza (y a cuanto más esfuerzo, mejor) y c) “combinar ropa” no viene tipificado por lo agradable de la combinación de colores… pufff, pues vamos a ver, que no me queda demasiado exagerado decir que yo fui hipster veinte años antes de que se hiciera trendy.

La cúspide de ese sentimiento fue la entrada de Jersey Abominable en mi vida. Apareció en una de las bolsas de basura negras que se usaban para efectuar el trueque, cuando yo contaba trece años. Y era – es – horrible. Hubo una época en que la longitud de un jersey tenía que ser justamente a la altura de la cintura, por encima del ombligo, y Jersey Abominable pertenece a esta muestra, aunque pude siempre disimularlo porque como soy pequeñita, tirando de él, me llegaba a lo ancho de la cadera. Es además de cuello cerrado, por lo que me cuadraba los hombros. Y tiene de una combinación espantosa de colores: base negra, con motivos geométricos de color lila, verde turquesa, naranja reflector y rosa fluorescente. Para colmo, la lana negra no es completamente negra, sino que tiene pelillos blancos que al parecer resistieron el tinte. Un horror. A veces me pregunto a qué iluminado del Corte Inglés (si hacemos caso a la etiqueta) se le ocurrió ponerlo a la venta.

Llevé a Jersey Abominable desde los trece hasta los diecisiete. Lo cual es ya un logro, porque lo nuestro fue odio a primera vista: si pasó la prueba del algodón fue porque la Autora dijo que con vaqueros combinaba. Y, hay que decirlo, Jersey Abominable era duro de pelar: ni encogía, ni se ensuciaba. Hacia bolillas, pero la combinación histriónica de colores las disimulaban. Al final, el roce hizo el cariño. En las fotos, mi imagen más característica a mediados de los noventas es vestida con Jersey Abominable, los vaqueros y las zapatillas de deporte blancas.

Cuando entré en la universidad se me permitió renovar el vestuario y Jersey Abominable quedó relegado a las visitas de fin de semana del pueblo. (Lo relevó Jersey Marsupio, pero esa es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.) Me olvidé de dónde lo había dejado, pero estos últimos años lo he recordado con nostalgia. Un par de veces me puse bobalicona hasta el punto de entonarle odas.
ANuRa: “Ah, Jersey Abominable, cierto es que era psicodélico, pero era TAN YO. Si aun lo tuviera… me lo pondría esas tardes de invierno acurrucada en el sofá con la mantita, el libro de Terry Pratchett y el colacao y le diría cosas bonitas, como lo mucho que le quiero, lo bien que lleva los años, y recordaríamos juntos excursiones, pedaladas en bici y aventuras con avispas de por medio…”.
Nuestro reencuentro estas navidades me llevó a reconsiderar nuestra relación. No nos podíamos separar de nuevo, eso estaba claro. Seguía siendo de mi talla (tan fiel), aunque el cuello cerrado, tras años vistiendo prendas de cuello ancho, me resultaba un poco claustrofóbico. Sabía que me lo iba a poner poco, pero igualmente… me lo traje a El Pueblo Donde William Conoció A Kate.

Y, por fin, ayer lo saqué del cajón. Escocés Incomprensible iba a participar en un evento deportivo y me preguntó si quería ir a verlo. Tras soltar un "por qué no", le notifiqué que ninguna alusión a pompones y coreografías sería aceptable.
Escocés: “Tráete un jersey, que en la sala del polideportivo hará rasca.”
ANuRa: “Oh, blimey… Tengo mis jerséis habituales por lavar… Un momento, y si… ¿combina con las botas? Total, llevo ya los tejanos puestos… Sí, sí que combina… El espejo… ¡¡¡¡¡Soy yo en los noventa de nuevo!!!! ¡Sí, Jersey Abominable y yo volvemos a las andadas!”
La cara de Escocés Incomprensible al vernos fue un chanchullo. Me miró de arriba abajo. Me miró de abajo arriba. Parpadeó.
Escocés: “Wow…”
ANuRa (sonriendo en plan zen): “Lo sé.”
Escocés (frunciendo las cejas): “ES HORRIBLE.”
ANuRa: “¿Verdad que sí?”
Escocés: “De hecho, es extremadamente horrible, pero, por alguna razón…”
ANuRa (bashing her eyelashes): “¿Sí?”
Escoces: “Llevándolo tú, cuadra.”
ANuRa: “Awwww…”
Escocés (aun repasando los contrastes cromáticos con cara de alucinado): “¿Te importaría que te lo pidiera prestado? Tengo que pedirle a mi madre que me haga una copia de mi talla. Así iríamos parejos.”
ANuRa: “Doble awww.”
Escocés: “Causaríamos ataques epilépticos en masa, no cabe duda.”
ANuRa: “Owww, tu sí que sabes cómo hacer que una chica se sienta feliz.”
Jersey Abominable va en camino a protagonizar nuevos buenos momentos. Y Escocés Incomprensible sigue sin decepcionarme...

*La tradición no ha dejado de perpetuarse, a pesar de la entrada en el nuevo siglo: cada vez que retorno a Las Patrias, mi Autora tiene acumulado material para un nuevo “pase de modelos”. La diferencia es que ahora ya no se pasa la ropa de los críos, sino la de las madres, y que yo ya no tengo paciencia para dejarle brindar su opinión.