Anteriormente ya comenté que en el momento de saber que el Proyecto de Sobrina era un Proyecto de Sobrina y no un Proyecto de Sobrino tuve una visión extrasensorial en la que Proyecto de Sobrina se asemejaba extraordinariamente a un híbrido entre Shirley Temple en versión infante y una de las gemelas de The Shining. A continuación comenté que, por el bien de la humanidad, nadie le comprara vestiditos a la criatura, por no empeorar la situación. Este consejo sólo estaba fundado en mis impresiones, pero, como todo el mundo sabe, de la Bisabuela heredé poco.
Sea como sea, mi subconsciente parece haberse percatado de una perturbación en la fuerza y este fin de semana ha decidido enviarme otra advertencia velada. En la noche del sábado al domingo, Proyecto de Sobrina se me apareció en sueños.
La cuestión es que estábamos en nuestra casita de los fines de semana, donde mis Abuelos solían mantener su huerto. Estábamos el Autor, la Autora y yo. Los Autores, en el huerto, recolectando las calabazas (indirecta de Todos los Santos, imagino). Yo, sentada en el cuarto que compartía antiguamente con la Brodera, manoseando mis viejos libros de la colección El Barco de Vapor y observando con desinterés la figura de yeso de Santa María virgen en un pedestal en una de las esquinas, restaurada por mi Autor y que sólo está ahí porque hace bonito (es tan chillona que canta sola).
Estaba pues, más o menos tranquila, cuando, de pronto, apareció Brodera en plan “ya he parido”. Así, literal, de pronto está ahí y con una frase nos arrebata a traición la virginidad de status, convirtiéndonos a los presentes en abuelos y en tía.
Por supuesto, obvió completamente mis preguntas del tipo: “¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿has parido? ¡pero si te faltan tres meses! ¿cómo es que estás de pie? ¿te has fugado del hospital? ¿cómo demonios te has traído a una criatura que debería estar en un incubadora? ¿nadie te ha hablado de niños prematuros y lo delicados que son?”. Ignorándome por completo, me dejó un bulto en los brazos y me espetó un “encárgate de Sobrina hasta que vuelva de hacer los recados”.
“¿Qué recados? ¿y tu marío?”, intenté gritar de vuelta. “¡No te atrevas a dejarme con un recién nacido recién sacado del horno! (Literal, soy así de fina).” Y viendo que la Brodera se marchaba presta, continué, dando rienda a mi lado más práctico: “¡Cojones, Brodera! ¿Y los biberones! ¿Y los pañales! ¿Y el chupete! ¡Ninguna bolsa! ¿Qué tipo de planificación es ésta?”
Pero la tipa ya estaba lejos y me había dejado el paquete. Y ahí estaba yo, sosteniendo a la Sobrina, con su cabecita en una mano y el cuerpecillo en la otra, mientras el Autor y la Autora suspiraban, meneaban la cabeza y partían en busca de vete a saber tú qué (¿leche?, ¿jabón neutro?, ¿toallitas húmedas?).
Así que allí estaba yo más sola que la una, condenada a improvisar (tema en el que tengo mucha práctica, cabe decir), cuando, de pronto, Sobrina levantó la cabecita, mirándome fijamente, y dijo:
“No podíamos acabar de otra manera, ¿verdad?”.
Me la quedé mirando. Laaaaargo rato. Cosa fea con ganas, cabezolona, con los ojitos arrugados, pero con una sonrisita todo pellejo. “No podíamos esperar otra cosa de esta situación, ¿verdad?”, había dicho. Y lo había dicho con una risilla de fondo, casi disculpándose.
Lo había dicho dejando asomar un ramalazo de inteligencia que resultaba… inesperada.
Así que la levanté por los sobacos, observándola con detenimiento, con verdadero afán empírico, dispuesta a analizar el asunto en profundidad para averiguar qué era lo que tenía (o bien ella o bien yo) entre manos, planteándome qué hacer a continuación. ¿Qué podía contestarle?
“Pero, tú, ¿hablas?”, denotaba cierta pobreza de espíritu, al menos para mi yo durmiente, dado que era lógico que sí, porque ya lo había hecho. De soltar la frase me arriesgaba a un par de ojos de blanco y una explicación en plan “ains, vosotros, los adultos…”.
“Me lo has quitado de la boca”, sonaba a camaradería avanzada y no estaba segura de querer empezar una relación en esos términos con mi Sobrina.
“Mentira, podríamos haber acabado peor”, demasiado puntilloso y me arriesgaba a tener que responder a un por qué cuya respuesta podría herir la sensibilidad de alguien con horas de vida.
Así que pasé un rato manteniendo un pulso de miradas con la criatura, hasta que al final, mosqueada, levanté la ceja y dije: “Estás hablando conmigo, pero no has hablado con tu madre, ¿me equivoco?”
Y la Sobrina me miró, muy seria, intentando enderezar su cabeza por sus propios medios y soltó un “Por supuesto que no”, dicho de tal manera que el sentimiento podría haber sido anunciado con un “ya sabes, de hacerlo, lo que tu Brodera… y mi Autora… podría montar, ¿verdad?”.
Verdad.
Así que nos miramos un rato más, serias las dos, hasta que llegado a cierto punto las dos empezamos a sonreír.
“Bueno, yo no se lo diré a no ser que me pregunte directamente…”, dije yo.
“Yo intentaré ser discreta”, dijo ella.
“¿Crees que podrían gustarte los zombis?”, le pregunté.
“Nunca los he probado”, contestó.
La bajé a mi regazo, de cara a la ventana.
“Creo que tú y yo nos lo pasaremos muy bien”, comenté.
“Eso espero”, replicó ella. “Ya viene mi madre”, añadió.
“Que venga.”
Os podría jurar que su sonrisita era tan mischievious como (o más que) la mía.
4 comentarios:
WAWAWAWAHHHHHHHAAAAAAA!!!!
Lo único preocupante fue el momento épico de "Por supuesto que no".
Para mí que la criatura va a torear muy bien a su madre... Pero qué niño no lo hace hoy en día?
Futura Sobrina: "Tiita ANuRa, que estoy en las barricadas. Mamá no me quiere dejar ver El Laberinto."
Tiita ANuRa: "Quéeeeee???? Cómo osa semejante felonía?!!!!! Mi propia sangre!!!! Tranquila que ahora envío a una pareja de falsos Testigos de Jehová para despistarla mientras tú haces un bis por la ventana del lavabo. Te estoy esperando abajo con una lona de aterrizaje. El DVD está ya metido en el lector y las palomitas en el horno. Corto y cierro!"
Jajaja, más que preocupante divertido como proyectas en sueños tu futuro de tía. Ánimo, pero lamento decirte que la realidad no tiene nada que ver en lo que a eso respecta :-)
Más saludos, oye.
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