viernes, 30 de septiembre de 2011

Malas y buenas noticias

Al final ha quedado demostrado que no poseo los talentos de la Bisabuela más allá de mi habilidad de meter la pata.

La Abuela perdió la consciencia el lunes y murió el martes por la tarde. No hubo ningún indicio precognitivo. Aparte de despertarme en mitad de la noche del lunes al martes con la sensación de que alguien me estaba clavando las uñas en el hombro, dar la vuelta en la cama y seguir durmiendo. Sueños inquietos, que dicen. Tan pronto la Abuela dejó de ser, recibí una llamada de Sistero. Corrí a casa, estuve telefoneando toda la tarde, llamé a amigos de la familia, y me pegué mis buenas panzadas de llorar.

Os voy a decir por qué no me gusta llorar en público. Aparte de que siempre me han dicho que “me pongo muy fea cuando lo hago” (¿qué niña no habrá tenido que oír este comentario?), cuando lloro, lo hago de manera desproporcionada. Cuando colgué después de que la Autora me contara lo imprescindible, me quité las gafas, tiré el teléfono con furia, me senté en el sofá y empecé a gimotear en voz alta a nivel de scream queen siendo despedazada mientras lloraba a moco tendido. La ventaja de llorar de esta manera es que no aguanto mucho. Al cabo de un rato, tengo que descansar y, en esos instantes, puedo mantener mejor la compostura.

Desde el martes he estado de ánimo apático, cambiante y extraño. Al parecer, este estado me sienta bien: Ellen dice que mis comentarios irónico-sarcásticos junto a mi expresión facial insensible y falta de sueño tienen mucho juego. No sé si lo dice para animarme o porque sabe que lo de darme palmaditas en la espalda y decir que todo irá bien sería contraproducente.

Intentaría justificarme diciendo que quería a la Abuela. Pero “quería” es pasado imperfecto, así que diré que aún la quiero. A la mierda las expresiones convencionales. Agradeced que me limite a dar el espectáculo a puerta cerrada.

Dicen que no hay nada malo sin algo bueno que lo compense. Y viceversa. Francamente, opino que cuando algo doloroso ocurre, instintivamente somos más sensibles a algo que nos consuele, porque no queremos permanecer en el estado de convalecencia indefinidamente. Y cuando ocurre algo que nos llena de alegría, somos más sensibles a cosas que nos dañen, porque no nos parece seguro mantenernos encumbrados mucho tiempo.

Así que la Abuela haya muerto, ha causado que la noticia de hoy sea bien recibida. Bueno, que te acepten una publicación en Nature no puede recibirse de otra manera que no sea con alegría. Pero, dentro del principio de esta hipotética ley de la compensación, o porque ha ocurrido con tan poco tiempo de por medio, veo a la Abuela y a la publicación entrelazados de alguna manera.

Así que, chicos, podéis abrir un par de botellas de champán a mi salud. Por lo del artículo, me refiero. Y de paso brindad por la memoria de mi Abuela.

2 comentarios:

nadie dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
exseminarista ye-ye dijo...

Brindaré. Un beso fuerte y un abrazo más fuerte aún.

Y salud.