Hace cosa de tres años me enteré de qué secreto ocultaba mi árbol familiar. Agarraos: mi Bisabuela era meiga.
Bueno, es un decir. No era del tipo que te pone las manos encima y cura todos los dolores o te tira mal de ojos o te da manteca santificada para que concibas hijos varones. No. Mi Bisabuela era una persona que, según cuentan las malas lenguas, tenía capacidades sensoriales de aquellas que no entra en la gráfica. Pero no usaba estas capacidades para hacer el bien… ni el mal. La pobre no acertaba a hacer otra cosa que predecir con inquietante exactitud cuándo se iba a producir una muerte en el pueblo. Era una agorera, vamos. No sorprende pues que en el pueblo no quisieran sociabilizar mucho con ella. Ante todo si consideramos las puestas en escena, según las cuentan. Mi Bisabuela, al parecer, tenía el mismo nivel de empatía y oportunidad que la que aquí escribe. Es decir: ninguno de lo primero y de lo segundo a nivel de “meter la pata hasta el fondo”. Pero no estoy aquí para poner a mi antepasada – ni a mí misma, hoy no – en evidencia. Además, a saber hasta qué punto estos relatos han sido maquillados por la vox populi.
Cuando me enteré de esta menudencia resultó toda una sorpresa, teniendo en cuenta que, en el hogar paterno, mi precoz interés por la fantasía, la mitología y las ciencias ocultas siempre se vio con malos ojos. Por un tiempo pensé que mis Autores, ocultando el hecho, querían demostrar que consideraban el conjunto habladurías sin razón y no querían azuzar mi problemática imaginación. Aún así, el descubrirlo me sentó como un tiro. Especialmente, porque poco después la Autora me notificó que la Brodera hacía tiempo que lo sabía, porque, como es de natural cotilla, encontró a una prima con igual gana de gresca que le soltó la bomba. Y la muy verraca no me dijo nada. Narices.
El cabreo que pillé. Años de sobremesas aguantando los análisis de anécdotas familiares de carácter costumbrista donde lo más escandaloso era un tío casándose con una sobrina para después descubrir que los pedazos de historia más jugosos habían sido deliberadamente omitidos para fastidio del personal. Así cualquiera.
Pero el descubrimiento tuvo su parte buena: tras larga digestión de la noticia, llegué a la conclusión de que algo de verdad debía haber en el asunto. Ignoremos la parte de que la Bisabuela anticipaba muertes, concentrémonos en la parte de que acertaba pronósticos. Si eso es un Don, la Bisabuela no es la única que lo ha poseído dentro de la familia.
Para Don, la Autora de mis Días.
Vamos a ver, la Autora tiene muchos talentos, pero si alguno de ellos he aprendido a admirar en especial es su instinto. Ver telenovelas con ella era peor que ir al cine con un tipo spoiler con sensibilidad cero y ganas de joder (razón por la cual dejé de ver telenovelas al cabo de un tiempo, y así sigo). Le pones en antecedentes sobre algo curioso que ha pasado y te suelta un “pues va a ser esto”. Y acierta. [Y cómo jode que acierte…] Siempre atribuí – y sigo atribuyendo – esta capacidad a su experiencia y a su filosofía de “piensa mal y acertarás”. De hecho, aunque ella nunca vaya a reconocerlo jamás, fui buena alumna en ese sentido. Carezco de la experiencia, cierto, pero a ratos me paso de la raya con la aplicación del pensamiento tortuoso. ¿El spoiler en el cine anteriormente citado? Ése soy yo en un mal día. Mis colegas me conocen. Vamos a ver una película y en el minuto diez soy capaz de decir “éste la palma primero, éste segundo y éste sobrevive porque el guionista ha hecho el cupo”. Vale, reconozco que muchos coincidirán en que muchas de tramas de Hollywood son extremadamente predictibles y que no tiene tanto mérito, pero ha habido quién me ha dicho en otras circunstancias que es un talento. Como es la capacidad de enfrentarme a un problema técnico por primera vez y saber de manera intuitiva cómo resolverlo o cómo mejorarlo. Ni siquiera lo pienso, simplemente sé cómo hacerlo. No ocurre siempre, eso sí. Pero me defiendo.
Pero mi Autora va más lejos. A veces ni siquiera necesita los antecedentes. Cito un ejemplo. Volvíamos de vacaciones y, apenas cruzar la puerta de la casa, sonó el teléfono. Antes de que mi Autor pudiera coger el auricular, la Autora soltó un “ésa va a ser Menganita diciendo que su padre ha muerto”. Y, bingo, era Menganita y, en efecto, llamaba para decir que el padre había muerto. El cachondeo era que hacía meses que no nos poníamos en contacto con Menganita ni con el padre.
A día de hoy, imagino cómo la Autora sopesó en micras de segundo quién podría ser y qué podría querer de la siguiente manera.
Autora (pensamiento decelerado para comprensión del respetable): “Probabilidad de que Amiga Alemana quiera receta de paella: 0.02%... Probabilidad de que Madre de Tocaya de ANuRa quiera preguntar por los libros de texto del nuevo curso: 1.3%... Probabilidad de que Menganita, que hace seis meses llamó para decirme que habían diagnosticado cáncer a su padre, vaya a llamar precisamente hoy para decir que su padre ha muerto: 47.0%... Probabilidad de que llamen de Almería para decir que un terremoto ha echado abajo la casa [el pensamiento catastrofista es endógeno en la familia]: 0.0001%... Pues va a tener que ser Menganita… No voy a pensar y voy a decirlo en voz alta y, si cuela, cuela.”Coló. Coló de película.
Quizás los dones de la Bisabuela hayan sido magnificados por el vulgo, pero hay indicios de que han calado en la línea genealógica. Sobre todo lo de no pensar antes de decirlo (la falta de sensibilidad, que le dicen).
Quizás algunos de los presentes recuerden el día en el que me puse a gritar en el medio del Paseo Marítimo de Almería: “¡UN ATAÚD, ES UN ATAÚD!”
Ehem.
Pero, volviendo a la historia familiar: mis descubrimientos sobre el tema aquí expuesto, caracterizados por provocar mi enfado y unos cuantos “por qué nadie me dijo nada”, culminaron el día en el que alguien me relató cierta historia próxima a lo paranormal acaecida en el seno de nuestra familia en la última generación. [La mía, el Proyecto de Sobrina sigue siendo aún un proyecto, al fin y al cabo.] Años ha me habían llegado rumores al respecto, pero no les hice mucho caso porque la persona que me los contó no supo darme detalles [hoy sospecho que estaba intentando darme largas]. Poco después de enterarme de los cuentos sobre mi Bisabuela, alguien del pueblo de mi Autora me contó la historia al completo.
Una historia cuya protagonista de la historia era yo. [Cuando era aún más jovencita que la prota de Poltergeist, la memoria me libre…]
Decir que me quedé como Audrey Toutou en The Da Vinci Codex cuando su personaje se entera de dónde viene y a dónde va es poco. Hasta que en noviembre pasado mi Autor me corroboró la veracidad de parte del relato con una versión menos rocambolesca, no acabé de creérmelo.
La conclusión general fue que, al final, va a resultar que lo de ser rara es parte del fenotipo y no el resultado de una enfermedad mental. Y que mi tanatofilia va en los genes.
Todo esto ha venido a mi memoria por dos razones. Primera, porque ayer estuve departiendo con la casera y me contó historias de sus viajes por el mundo, de ritos vudú, de prácticas indígenas en la Patagonia, de maldiciones y pócimas de curanderos para curar tifus y malaria. Ha vivido cosas, la mujer. Y me las ha contado con semejante convicción que dudo mucho que estuviera intentando tomarme el pelo ni convencerme de nada. Hacía tiempo que no charlaba con alguien al respecto con opiniones tan diferentes a las mías y con tanto respeto por mi escepticismo. Y, en cierto punto, le he hablado de mi Bisabuela y su habilidad de anticipar muertes y del deseo que nunca he contado de poder percibir como ella. [Leer esto le va a causar un soponcio a mi Autora…]
La segunda razón es que desde hace dos días estamos esperando que la Abuela deje de existir. Y que esta mañana me he levantado y lo primero que he notado ha sido la sensación de estar a la expectativa, una sensación que no estaba ahí ni ayer ni antes de ayer, semejante a la que tenía de pequeña cuando despertaba la mañana de una excursión con el colegio. Y se lo he comentado a la jefa durante la hora de comer, después de preguntarle si creía en supersticiones (por no ofenderla). Y le he hablado de mi Bisabuela meiga y se ha reído y ha dicho algo así como “¿por qué no me extraña?”. Y hemos hablado de la Abuela y del artículo de Nature y de embarazos espontáneos… y otras cosas que pudieran ocurrir.
Y, después de estar con la jefa, me he dado cuenta por fin cuenta de que desde que sé que a la Abuela casi no le queda tiempo no hago más que recordar las historias de la Bisabuela y parece que no puedo parar de hablar de ella. Y de pensar si podría hacer como ella: percibir el momento justo cuando el reloj se quede sin cuerda.
Como si sirviera de algo…
Sigh.
1 comentario:
En fin, yo también "adivino" muchas cosas, me encanta lo del proceso de pensamiento ultrarrápido de tu Autora, más de una vez me he imaginado algo así, inconscientemente, claro.
Venga, ánimo y un abrazo fuerte.
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