Sábado,
mediodía. Estamos subidos, tres monitores, dos desconocidos, Irlandesa
Descocada y yo a un andamio de seguridad debajo de un puente con tráfico en un
valle al sur de las Highlands. Escocés Incomprensible y Alice Wonderland están
unos cincuenta metros más abajo, con cámaras y móviles prestos para
inmortalizar el momento.
Irlandesa
y yo nos vamos a tirar del puente en tándem. Con un cabo atado a los pies,
porque somos osadas, pero no suicidas. Irlandesa, que tiene miedo a las
alturas, porque ha recaudado dinero para una ONG y el desafío a cambio es
lanzarse al vacío. Yo, porque me he ofrecido a darle apoyo físico y moral,
aunque en estos momentos, de pie en un enrejado a través del cual se puede ver
el río que corre de fondo y con los tobillos atados con los cabos de seguridad,
me estoy arrepintiendo mucho. Reconozco la situación: igualita a cuando hace
unos meses quise tirarme de un avión con un monitor pegado a la espalda y me
acordé de toda mi ascendencia cuando abrieron la puerta de la avioneta a 4000
metros de altura.
Mi
instinto de preservación es un hijoputa, aun cuando mi parte más racional me
dice que es tontería. Lo peor es que por mí cuanto antes se acabe la penuria,
mejor, pero Irlandesa está en medio de un ataque de pánico y no quiere dejarse
arrastrar a la plataforma de caída. Nos han dado una clase sobre cómo nos
tenemos que agarrar al amarre de la otra. Estamos dispuestas de forma que
Irlandesa pasa su brazo izquierdo por mi espalda y yo tengo mi mano derecha
alrededor del mango en su costado derecho. Brazo izquierdo mío libre, brazo
derecho suyo libre. El monitor nos repite que es muy mala idea soltarse
entremedias.
Llegamos
por fin al borde de la plataforma (a pasitos: pies atados). Los monitores nos
quieren hacer una foto antes de saltar, piden que Irlandesa se incline hacia
atrás y yo hacia delante, para que salgamos las dos. Tras esfuerzos varios, el
monitor consigue hacer una foto en la que se me ve la cabeza. Uno. Dos. Tres.
¡Saltad!
Dejo
que mi peso me tire hacia delante, intentando arrastrar a Irlandesa. Más tarde
averiguo que el monitor ayudo un poquitín dándole un buen empujón a la
muchacha. El primer medio segundo de incertidumbre es de pánico. El segundo
medio segundo – de mi experiencia tirándome de un avión – es un “bueno, ya está,
estoy cayendo”. Parte de mí, inconscientemente, está esperando el tirón del
elástico en mis tobillos, que sé que será gradual (una que es de ciencias).
El
problema es que en el primer medio segundo mi grito de “ay mi madre” acaba
convirtiéndose en un grito de agonía y de repente olvido que estoy atada a un
cabo cayendo en dirección a un río. Me sale de la garganta un “arrrrrrrghhhhh”
de dolor agudo.
Irlandesa,
en un ataque de pánico y considerando que el amarre de su brazo izquierdo no es
suficiente, se ha girado en vuelo hacia mí, me ha agarrado con una fuerza
sobrenatural y está estrujándome la chaqueta, la camiseta, el sujetador… y mi
pezón derecho.
Rebotamos
tres veces, con Irlandesa decidida en ahorrarme futuros periodos de lactancia,
antes de que yo pueda coherentemente articular en inglés un “¡Irlandesa, suelta
mi teta!” que a mis oídos ha resonado en todo el valle. Ella reacciona, por
suerte, inmediatamente, con un “oh, lo siento mucho”, suelta mi pechera y
procede a pasarme el brazo alrededor del cuello intentando ahora estrangularme.
Ignorando la sensación pulsante de mi pecho y el hecho de que a duras penas
puedo mover los brazos, consigo ponernos los arneses que nos han tirado los
monitores y quenos subirán de nuevo a la plataforma. Tardan unos minutos en
izarnos de vuelta.
Cuando
por fin nos reunimos con Escocés, éste me pregunta que qué tal la experiencia
de caer en picado. Le digo, con sinceridad, que no me he enterado, mientras me
protejo aun el pecho con una mano. Pica, duele, palpita. Dejo que sea
Irlandesa, que casi está hecha un mar de lágrimas, porque se siente fatal por
haberme hecho daño, quien cuente la historia. Alice y Escocés se parten,
literalmente, el culo. Escoces le recrimina a Irlandesa que le haya metido mano
a su novia (“second base”). Alice me dice que qué exagerada soy.
De
vuelta al centro turístico donde hemos dejado el coche, la chica del mostrador
descarga las fotografías que hicieron los monitores para que podamos verlas.
Observamos con interés la serie de fotos en las que Irlandesa y yo caemos poco
a poco en dirección al río. La última foto es del primer rebote. Cuando sale en
la pantalla, todos (menos Irlandesa) nos reímos. En ella, Irlandesa está tensa
de pánico, con la mano agarrando compulsivamente mi chaqueta, y yo salgo
arqueando la espalda hacia atrás, con una mueca de dolor en la cara. El fotógrafo
es un genio.
Me
pregunta la chica que si voy a repetir la experiencia. Contesto que sí,
eventualmente, sola.
1 comentario:
Vamos, una caída que nunca olvidarás. Aunque no entiendo yo tanta queja, si total, tienes otro...
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