lunes, 21 de abril de 2014

Devil came to me...

La oficina, hace diez minutos. Currándome una sección de un capitulo para un libro sobre animales que llevo con retraso.

Paro de teclear.

Sniff, sniff…

¿A qué huele?

Qué raro… Huele a química.

Sigo tecleando.

Al cabo de un rato vuelvo a parar porque el olor sigue ahí. Me quito los auriculares. Les tomo la temperatura (son nuevos, los últimos se recalentaban y puede que el olor sea a plástico caliente). Nada, están fríos. Huelo debajo de la mesa, a ver si es la torre del ordenador. No, el olor no viene de ahí.

Voy hacia la puerta. El olor se hace más fuerte. Me viene además con una vaharada de olor a comida. Es mediodía, alguien ha debido recalentarse un tapper, pienso.

Me digo que valor hay que tener para comer algo que huela así, pero me recuerdo que hay gente que come huevos de golondrina que han sido enterrados durante meses. Para gustos, los colores (olores, en este caso). Entro en mi oficina de nuevo, abro la ventana y sigo currando un rato. Pero el olor aun me llega, tan intenso que me está dando ascos.

Me sorprende no oír a nadie quejarse del mal olor. Los británicos son tolerantes, pero creo que este olor supera la contingencia cívica. Si el resto del personal esta oliendo lo mismo que yo tendrían ya que haber llamado a seguridad porque este olor no es normal.

Entonces caigo que he tomado un medicamento esta mañana y que la farmacéutica me dijo que podía tener efectos secundarios. ¿Me ha podido cambiar el sentido del olfato? No sería improbable, sé de varios medicamentos que te alteran la sensibilidad nasal. Además, este fin de semana fue ese tiempo del mes y siempre se me afina la nariz (esos días, si se me planta delante que se haya echado perfume en exceso me dan dolores de cabeza). Eso sin contar que mi nariz tiene personalidad propia: cuando abonan los campos cerca de aquí todo el mundo se queja de que huele a mierda, pero yo digo que me huele a jamila, que es el jugo que sale de las olivas cuando se apelotona el fruto (sí, soy rara, pero es lo que tiene que tu familia tenga ramas jienenses y media parentela recoja aceituna).

Saco el paquete de pastillas, extiendo las instrucciones de uso y leo los detalles. No pone nada del olfato. Pone que nauseas, alergias, urticaria, dolor de tripa, pero nada de cambios en la percepción de los olores. Quizas no se han dado cuenta… debería quizás hacer un comentario a la farmacéutica.

Hmmmm… Me encojo de hombres y sigo trabajando.

De pronto, acierto a concretar (hasta ahora estaba despistada con el Endnote) qué estoy oliendo.

Es sulfuro. Azufre.

Tuerzo la boca en una sonrisa que los locales describirían como “bemused”. Me acuerdo de pronto que aun que queda bálsamo de tigre. Me pongo un poco en la nariz. Durante un minuto tengo un buen colocón. Continuo con el jodido teclado mientras pienso lo siguiente:

"O bien tenemos un bicho muerto en la oficina y no nos hemos enterado, o el mismísimo Lucifer me ha hecho una visita razzia."

Voy directa al infierno, seguro. De cabeza.

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