La oficina, hace
diez minutos. Currándome una sección de un capitulo para un libro sobre
animales que llevo con retraso.
Paro de teclear.
Sniff, sniff…
¿A qué huele?
Qué raro… Huele a
química.
Sigo tecleando.
Al cabo de un
rato vuelvo a parar porque el olor sigue ahí. Me quito los auriculares. Les
tomo la temperatura (son nuevos, los últimos se recalentaban y puede que el
olor sea a plástico caliente). Nada, están fríos. Huelo debajo de la mesa, a
ver si es la torre del ordenador. No, el olor no viene de ahí.
Voy hacia la
puerta. El olor se hace más fuerte. Me viene además con una vaharada de olor a
comida. Es mediodía, alguien ha debido recalentarse un tapper, pienso.
Me digo que valor
hay que tener para comer algo que huela así, pero me recuerdo que hay gente que
come huevos de golondrina que han sido enterrados durante meses. Para gustos,
los colores (olores, en este caso). Entro en mi oficina de nuevo, abro la
ventana y sigo currando un rato. Pero el olor aun me llega, tan intenso que me está
dando ascos.
Me sorprende no oír
a nadie quejarse del mal olor. Los británicos son tolerantes, pero creo que
este olor supera la contingencia cívica. Si el resto del personal esta oliendo
lo mismo que yo tendrían ya que haber llamado a seguridad porque este olor no
es normal.
Entonces caigo
que he tomado un medicamento esta mañana y que la farmacéutica me dijo que podía
tener efectos secundarios. ¿Me ha podido cambiar el sentido del olfato? No sería
improbable, sé de varios medicamentos que te alteran la sensibilidad nasal. Además,
este fin de semana fue ese tiempo del mes y siempre se me afina la nariz (esos días,
si se me planta delante que se haya echado perfume en exceso me dan dolores
de cabeza). Eso sin contar que mi nariz tiene personalidad propia: cuando
abonan los campos cerca de aquí todo el mundo se queja de que huele a mierda,
pero yo digo que me huele a jamila, que es el jugo que sale de las olivas
cuando se apelotona el fruto (sí, soy rara, pero es lo que tiene que tu familia
tenga ramas jienenses y media parentela recoja aceituna).
Saco el paquete
de pastillas, extiendo las instrucciones de uso y leo los detalles. No pone
nada del olfato. Pone que nauseas, alergias, urticaria, dolor de tripa, pero
nada de cambios en la percepción de los olores. Quizas no se han dado cuenta… debería
quizás hacer un comentario a la farmacéutica.
Hmmmm… Me encojo
de hombres y sigo trabajando.
De pronto,
acierto a concretar (hasta ahora estaba despistada con el Endnote) qué estoy
oliendo.
Es sulfuro.
Azufre.
Tuerzo la boca en
una sonrisa que los locales describirían como “bemused”. Me acuerdo de pronto que aun que queda bálsamo de tigre. Me pongo un poco en la nariz. Durante un minuto tengo un buen colocón. Continuo con el jodido teclado mientras pienso lo siguiente:
"O bien tenemos un
bicho muerto en la oficina y no nos hemos enterado, o el mismísimo Lucifer me
ha hecho una visita razzia."
Voy directa al infierno, seguro. De cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario