miércoles, 8 de agosto de 2012

A lo que se ve mi vida reducida en estos momentos…


Cerebro de chimpancé.

Hemisferio (rojo). Mesencéfalo (violeta). Cerebelo (amarillo). Nervio óptico (azul). ¿Es esto de aquí pedúnculo cerebral o es ya parte del tálamo (verde)? Maldito “magnetic resonance imaging” (MRI) y malditas zonas de conflicto… ¿Por qué es todo gris? ¿Dónde ha quedado la resolución? ¿Por qué me estoy dedicando a esto? ¿Cuándo llegará el apocalipsis zombi que me liberará de este sufrimiento?

Fantaseo durante unos segundos con la opción de liberar estrés desnucando a zombis con una tostadora… Llego por enésima vez a la conclusión de que estoy muy mal de la cabeza. Me repito, como cada día, que puedo vivir con ello.

Vuelvo a las imágenes. Me doy cuenta de que el único color que queda en opciones por usar es el rosa. Que le den. Lo lamento, estimada médula oblongata, pero no hay tu tía. Eres rosa. Me duele en lo más profundo. Sé que no me lo vas a perdonar nunca. Yo tampoco.

Intento recordar que soy una obsesa de los cerebros… Me gustan los cerebros. Cerebros, buenos. Cerebros, perfectos. Cerebros… Blanditos… Bonitos… Maravillas anatómicas cuyos misterios aún estamos descubriendo. Me digo que soy capaz, por los cerebros, de usar el color rosa y dejarme las dioptrías y sufrir lesiones del túnel metacarpiano. Arrea dedicación.

Creo que me merezco un Werthers Original…

Me doy el gusto del Werthers Original. Me recuerdo que tengo que comprar más Werthers Original y que tengo aún que registrarme en el dentista… Las caries, con la cantidad de candy que me estoy metiendo entre pecho y espalda últimamente, tienen que están conquistando mi esmalte cual los ejércitos de Mordor Tierra Media.

Intento obviar que el rosa me está jodiendo la retina. Delimito el neocórtex (marrón) en el corte número dos (siempre pares porque ya he llegado a la conclusión de que si hago los 320 cortes del cerebro del chimpancé me van a dar las uvas). Intento ignorar la vocecita de “tómate una pausa”. Soy un autómata que procesa imágenes durante la siguiente hora.

Me estiro. Bebo agua. Me planteo si recorrer el laberinto que me separa de la sala de esparcimiento para hacerme un té. Desisto. Perdería entre ir y volver un cuarto de hora.

Sniffff… por enésima vez, echo de menos las disecciones… Cierto que te salpicabas con sangre y que limpiar el tracto digestivo no olía a flores del campo… pero al menos no tenías que lidiar con imágenes digitales…

Constato, otro día más, que la luz de mi ventana refleja sobre la pantalla y que ésta está al máximo de luminosidad. Como esto siga así, o bien encuentro otra mesa con una mejor orientación o tendré que comprarme otras gafas nuevas (las que tengo ahora tienen menos de dos meses). O apuntarme a la ONCE. Me masajeo la mano como puedo, porque, otra vez, me he dejado el reflex en casa.

Abro el atlas del cerebro del macaco para aclarar por proxy mis dudas sobre la estructura del cerebro de chimpancé (¿cómo pueden dos especies de catarrinos diferir tanto?). Otra vez más, constato que el atlas sigue pesando siete quilos y me recuerdo que he de seguir tratándolo como si fuera de cristal porque el dichoso peazo tocho cuesta más de trescientos euros (Amazon dixit). Hago carambolas porque entre el ordenador (que está procesando el programa), la pantalla táctil (donde marco las áreas a mano) y el atlas… no cabe ni un alfiler encima de la mesa. Por no caber, ni cabe el ratón…

Momento de paranoia tras descubrir que me he dejado la botella de agua abierta encima de la mesa. Mierda, mierda, mierda… suerte que me he dado cuenta. Se me llega a tumbar y adiós, atlas y adiós, pantalla táctil… Segundo momento de paranoia tras darme cuenta que estoy escribiendo con boli sobre una página en blanco sobre una página del atlas. Levanto la hoja. Pfiuuuu… no ha dejado marca. Menos mal…

Suelto un suspiro “por qué tengo yo que ser yo”. Parezco una gallina clueca y el atlas mi hijo adoptado…

Decido que ese área que no sé identificar es pedúnculo y a tirar millas. Más cerebelo (amarillo), ¿es esto la base del cerebelo o es ya médula? Abrir la opción de ver los tres ejes. Madredelamorhermoso, no ayuda lo más mínimo, toda la zona tiene el mismo nivel de oscuro... Seguir con el mesencéfalo (verde) a ver si enfocando desde arriba se me aclara la vista…

No desesperar, no desesperar… puede que acabe los cincuenta cerebros dentro del plazo.
Intento no recordar cuántos cerebros quedan. Intento ignorar lo reducida que es la muestra de “MRI done!”.

Miro correo por si hay noticias de Jefe Número Dos (residente en Canadá). Pienso “tengo que dar señales de vida fuera de Academia o la peña me montará el funeral”. Suelto una risita tonta porque me acabo de imaginar a mí misma irrumpiendo en el mismo soltando aquello de “los informes de mi muerte han sido considerablemente exagerados”. En mi cabeza, después de soltar la frase, he tenido que salir corriendo porque mi Autora quería hacer de mí escabechina. Repito de nuevo lo de “ay, qué mal que estoy del tarro”. Tengo la imaginación hipertrofiada.

Vuelvo a los cerebros. Aumento el contraste para ver donde está el ****** claustro (naranja)… Otra vez más me enfrento a la cuestión de dónde empieza el putamen y dónde acaba la parte inferior del claustro… Continúo delimitando otras áreas del telencéfalo.

Se me cuelga el MiPAV.

Mierda, otra vez voy a tener que resetear el ordenador… Tercer momento de pánico… ¿Cuándo fue la última vez que guardé las áreas? Respiro hondo al recordar que por hábito guardo cada dos imágenes. Menos mal. No he perdido tanto.

Ains…

Vuelta a empezar.

1 comentario:

exseminarista ye-ye dijo...

Recuerda joven padawan que no por estar más tiempo en el trabajo se trabaja más :-P Así que ¡salga de vez en cuando a tomar el aire, oiga!

La verdad es que tiene que ser un auténtico coñazo. Estoy contigo, donde estén la sangre y las vísceras... (vale, también estoy contigo en que estoy fatal de la cabeza, soy de los que me pongo a imaginar rollos raros soluno en el labo, pero eso es normal).

Cuidate, beso y salud.