Cerebro de chimpancé.
Hemisferio (rojo).
Mesencéfalo (violeta). Cerebelo (amarillo). Nervio óptico (azul). ¿Es esto de aquí
pedúnculo cerebral o es ya parte del tálamo (verde)? Maldito “magnetic
resonance imaging” (MRI) y malditas zonas de conflicto… ¿Por qué es todo gris? ¿Dónde
ha quedado la resolución? ¿Por qué me estoy dedicando a esto? ¿Cuándo llegará
el apocalipsis zombi que me liberará de este sufrimiento?
Fantaseo durante
unos segundos con la opción de liberar estrés desnucando a zombis con una
tostadora… Llego por enésima vez a la conclusión de que estoy muy mal de la
cabeza. Me repito, como cada día, que puedo vivir con ello.
Vuelvo a las imágenes.
Me doy cuenta de que el único color que queda en opciones por usar es el rosa.
Que le den. Lo lamento, estimada médula oblongata, pero no hay tu tía. Eres
rosa. Me duele en lo más profundo. Sé que no me lo vas a perdonar nunca. Yo
tampoco.
Intento recordar
que soy una obsesa de los cerebros… Me gustan los cerebros. Cerebros, buenos.
Cerebros, perfectos. Cerebros… Blanditos… Bonitos… Maravillas anatómicas cuyos
misterios aún estamos descubriendo. Me digo que soy capaz, por los cerebros, de
usar el color rosa y dejarme las dioptrías y sufrir lesiones del túnel metacarpiano.
Arrea dedicación.
Creo que me
merezco un Werthers Original…
Me doy el gusto del
Werthers Original. Me recuerdo que tengo que comprar más Werthers Original y
que tengo aún que registrarme en el dentista… Las caries, con la cantidad de candy
que me estoy metiendo entre pecho y espalda últimamente, tienen que están conquistando
mi esmalte cual los ejércitos de Mordor Tierra Media.
Intento obviar
que el rosa me está jodiendo la retina. Delimito el neocórtex (marrón) en el
corte número dos (siempre pares porque ya he llegado a la conclusión de que si
hago los 320 cortes del cerebro del chimpancé me van a dar las uvas). Intento
ignorar la vocecita de “tómate una pausa”. Soy un autómata que procesa imágenes
durante la siguiente hora.
Me estiro. Bebo
agua. Me planteo si recorrer el laberinto que me separa de la sala de
esparcimiento para hacerme un té. Desisto. Perdería entre ir y volver un cuarto
de hora.
Sniffff… por enésima
vez, echo de menos las disecciones… Cierto que te salpicabas con sangre y que
limpiar el tracto digestivo no olía a flores del campo… pero al menos no tenías
que lidiar con imágenes digitales…
Constato, otro día
más, que la luz de mi ventana refleja sobre la pantalla y que ésta está al máximo
de luminosidad. Como esto siga así, o bien encuentro otra mesa con una mejor orientación
o tendré que comprarme otras gafas nuevas (las que tengo ahora tienen menos de
dos meses). O apuntarme a la ONCE. Me masajeo la mano como puedo, porque, otra
vez, me he dejado el reflex en casa.
Abro el atlas del
cerebro del macaco para aclarar por proxy mis dudas sobre la estructura del
cerebro de chimpancé (¿cómo pueden dos especies de catarrinos diferir tanto?). Otra
vez más, constato que el atlas sigue pesando siete quilos y me recuerdo que he
de seguir tratándolo como si fuera de cristal porque el dichoso peazo tocho
cuesta más de trescientos euros (Amazon dixit). Hago carambolas porque entre el
ordenador (que está procesando el programa), la pantalla táctil (donde marco
las áreas a mano) y el atlas… no cabe ni un alfiler encima de la mesa. Por no
caber, ni cabe el ratón…
Momento de
paranoia tras descubrir que me he dejado la botella de agua abierta encima de
la mesa. Mierda, mierda, mierda… suerte que me he dado cuenta. Se me llega a
tumbar y adiós, atlas y adiós, pantalla táctil… Segundo momento de paranoia
tras darme cuenta que estoy escribiendo con boli sobre una página en blanco
sobre una página del atlas. Levanto la hoja. Pfiuuuu… no ha dejado marca. Menos
mal…
Suelto un suspiro
“por qué tengo yo que ser yo”. Parezco una gallina clueca y el atlas mi hijo
adoptado…
Decido que ese área
que no sé identificar es pedúnculo y a tirar millas. Más cerebelo (amarillo), ¿es
esto la base del cerebelo o es ya médula? Abrir la opción de ver los tres ejes.
Madredelamorhermoso, no ayuda lo más mínimo, toda la zona tiene el mismo nivel
de oscuro... Seguir con el mesencéfalo (verde) a ver si enfocando desde arriba
se me aclara la vista…
No desesperar, no
desesperar… puede que acabe los cincuenta cerebros dentro del plazo.
Intento no recordar
cuántos cerebros quedan. Intento ignorar lo reducida que es la muestra de “MRI
done!”.
Miro correo por
si hay noticias de Jefe Número Dos (residente en Canadá). Pienso “tengo que dar
señales de vida fuera de Academia o la peña me montará el funeral”. Suelto una
risita tonta porque me acabo de imaginar a mí misma irrumpiendo en el mismo
soltando aquello de “los informes de mi muerte han sido considerablemente
exagerados”. En mi cabeza, después de soltar la frase, he tenido que salir
corriendo porque mi Autora quería hacer de mí escabechina. Repito de nuevo lo
de “ay, qué mal que estoy del tarro”. Tengo la imaginación hipertrofiada.
Vuelvo a los
cerebros. Aumento el contraste para ver donde está el ****** claustro (naranja)…
Otra vez más me enfrento a la cuestión de dónde empieza el putamen y dónde
acaba la parte inferior del claustro… Continúo delimitando otras áreas del telencéfalo.
Se me cuelga el
MiPAV.
Mierda, otra vez
voy a tener que resetear el ordenador… Tercer momento de pánico… ¿Cuándo fue la
última vez que guardé las áreas? Respiro hondo al recordar que por hábito
guardo cada dos imágenes. Menos mal. No he perdido tanto.
Ains…
Vuelta a empezar.
1 comentario:
Recuerda joven padawan que no por estar más tiempo en el trabajo se trabaja más :-P Así que ¡salga de vez en cuando a tomar el aire, oiga!
La verdad es que tiene que ser un auténtico coñazo. Estoy contigo, donde estén la sangre y las vísceras... (vale, también estoy contigo en que estoy fatal de la cabeza, soy de los que me pongo a imaginar rollos raros soluno en el labo, pero eso es normal).
Cuidate, beso y salud.
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