Como tuve a bien de informar hace algún tiempo, el caballero Xurxo y la dama Eva iban a contraer matrimonio. El finde de la semana pasada se dieron el sí quiero antes de irse pitando en busca de una pantalla de televisión en la que poder ver la final de la Champions (nadie hubiera pensado que el Barça les haría semejante p***** a los contrayentes: programar la partida para el Gran Día, pero como seguidores blaugranas estos dos son muy sacrificados y, como encima ganaron, pues doble alegría).
Pero a lo que iba… se han casado. Irrevocable. Finito. Sin posibilidad de escapatoria. Ni para ellos, que se van a tener que aguantar hasta que el cuerpo disponga, ni para mí que ya me veo el restos de mis días haciendo de tiita friqui (y no, no he empezado aún a buscar patucos, porque creo que es cutre – y van a recibir unidades a mansalva – y poco sangriento; he encontrado, eso sí, unos bodies con la frase “Zombie snack” que pienso guardar hasta que estos dos decidan reproducirse… como es unisex voy sobre seguro).
Y como se han casado y todo es pasado, creo que puedo por fin mostrar aquí el resultado del encargo que me hicieron el pasado octubre, la famosa tarjeta de boda. Así que ahí queda.
Ps: Eva no fue de rosa (al buen gusto gracias), así que pude decir con toda la sinceridad de la que soy capaz la primera de la tres frases que mi querido Sistero me ordenó pronunciar antes de irme de casa porque está convencido de que carezco del más mínimo sentido de la urbanidad.
La primera era “hay que ver qué guapa está la novia” (fantástico, el vestido, bendita la ocurrencia de prescindir del velo).
La segunda era “la ceremonia ha sido preciosa” (aunque los que pudieron observar mi contorsionismo facial mientras intentaba recuperarme de la sobredosis de azúcar pudieran opinar lo contrario), que no pronuncié porque la ronda de damas de mediana y avanzada edad ya se repitieron lo suyo y no me gusta hacer coro.
Y la tercera era “hay que ver qué bien se desliza la plancha Rowenta que te deja las camisas perfectas”, que según el Sistero es un buen comienzo para amparar el nuevo ambiente de vida doméstica de todo recién casado (¿?). Un día de estos tendré que preguntarle de dónde saca estas joyas de sapiencia popular.
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