
Por supuesto, la quimera griega no existe, aunque eso no significa que en el mundo haya quimeras (y no estoy hablando del sentido figurativo de la palabra). Siguiendo la estela de monstruos, en la vida real no sólo existen quimeras, sino también harpías, nagas, sirenas… pero poco tienen que ver las especies que ostentan dichos nombre con la variante fantástica que siempre nos viene a la memoria cuando lo oímos. El caso más extremo que me viene en estos momentos a la cabeza es el de la hidra: el rotundo nombre del monstruoso ofidio multicéfalo que batalló contra Hércules ha sido endilgado a un pequeño miembro de la familia de los cnidarios (medusas y pólipos) que sólo se puede ver con lupa. ¿La razón de bautizarlo así? Que los tentáculos que tiene alrededor de la boca, en un extremo del cuerpo, recuerdan vagamente los dibujos de las ánforas griegas. ¿Plausible? Quizás. Licencias menos poéticas se han permitido en el campo de la nomenclatura. Si no, mirad el caso de la bacteria “llapisdelavis” (lápizdelabios), descubierta por un catalán y llamada así por el refulgente color rojo que tiene al microscopio.
Dentro del campo de la nomenclatura, en mi modesta opinión, la quimera (Chimaera monstrosa) representa un caso en el que el bautizo está plenamente justificado, al menos en el sentido estético. Si no, echadle un vistazo:

Hay que reconocer que es un animal feo con ganas (un punto a su favor, según mi opiniôn). Perteneciente al grupo de los peces cartilaginosos, su género, Chimaera, es el único representando a un grupo filogenéticamente cercano a los elasmobranquios (tiburones y rayas). Vive a profundidades entre 200 y 600 metros, en el Atlántico y en el Mediterráneo, por lo que es difícil de ver.
El nombre científico, que se ha mantenido hasta hoy a pesar de los vaivenes de la nomenclatura y hasta que los test filogenéticos digan lo contrario, se lo otorgó papá Linneus, el que inventó el ingenioso, y hoy en día considerado un tanto obsoleto, método de nomenclatura binomial. Linnaeus quedó impresionado por el extraño aspecto de esta criatura, con esos “ojos de gato, dientes de ratón y cola de dragón”, que luce con soltura envidiable. Independientemente de los derroteros por los cuales tirara la imaginación de Linneus, el aspecto externo de este bicho es tan dispar que nadie se pone de acuerdo a la hora de encontrarle un parecido razonable. Los ingleses lo llaman “rabbitfish” o “ratfish” (oseasé, pez conejo o pez rata; aunque viniendo del país que llaman a las medusas “jelly fishes” o peces de gelatina, no es algo demasiado excepcional), los franceses lo llaman “rat de mer” (rata de mar) y los alemanes “Seekatze” (gato de mar, por lo ojos, imagino). Nosotros y los italianos no nos mojamos tanto y lo llamamos quimera a secas (“chimera”, los spaguettis), aunque en Asturias lo llaman borrico (que me pregunto yo qué tendrán que ver este lindo habitante de las profundidades y los miembros de la familia asnal, como no sean los dientes…).
Sea como sea, está claro que es un animal excepcional y no encuentro ninguna otra justificación para poder justificar mi querencia por él.
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